A quienes se decanten por el whisky sin soda.
A quienes defiendan el sexo sin boda.
A todos aquellos a los que les sobren los motivos.

Bienvenidos a mi hogar, dulce hotel.


jueves, 3 de mayo de 2012

Cosas de charcos.


Solté un gruñido de fastidio al ver a Groucho, que se me acercaba con la correa en la boca. Alcé las cejas. ¿En serio? Él movió el rabo lentamente. A uno y otro lado, como tanteándome, un gesto muy típico suyo que siempre me hace gracia.

Le enganché la correa y salimos a la lluvia. No es que no me guste la lluvia. Me encanta, pero desde dentro de mi casa. Si me apuras, hasta a veces me llega a gustar que me moje el pelo. Un poquito.

Maldecí un charco que se había cruzado en nuestro camino y que Groucho abarcó con demasiado entusiasmo y torpeza, dejándome empapada. Tener un perro inmenso tiene sus contras, qué le vamos a hacer. Le limpié el barro de la cara, y él me miró con la alegría propia que siempre caracterizaba sus grandes ojos castaños. Sin previo aviso, pegó un tirón a la correa, y ahí fui yo, volando tras él, durante medio metro, con la parte de arriba de mi pijama de ovejitas somnolientas debajo de la chaqueta, mis zapatillas con agujeros y mi dignidad, hasta que caí derrapando en el charco lodoso.

Debería haberlo imaginado. Mi estúpido perro, pensando que me había tirado a propósito en la podredumbre, se lanzó sobre mí, dispuesto a jugar. Creo que no es consciente de que pesa unos sesenta kilos y que, estirado, es más largo que yo. Lo aparté como pude, ensuciándome y mojándome aún más, si cabe. Si alguien nos estuviera mirando en este momento, pensaría que éramos vagabundos. Seguro.
Intenté incorporarme, y entonces lo vi. Había un paraguas negro en medio de la calle. Obviamente con una persona debajo. Una persona debajo, que, por si fuera poco, se estaba riendo. A carcajadas.

Me levanté con el poco orgullo que me quedaba y le lancé a Groucho una mirada asesina, que él correspondió con un ladrido de contento, y un intento de subirse encima de mí, poniendo sus sucias patas en mi abrigo, para lamerme la cara.


 Recordé que hacía unos minutos estaba en casa, tan calentita, y me puse de peor humor. Lo único bueno es que ya no podía parecer más indigente. De reojo, vi que el paraguas se acercaba peligrosamente a nosotros, así que le di un tirón al perro para que dejara de hacer el moñas y me siguiera de una vez, intentando poner la máxima distancia posible entre nosotros y nuestro espectador carcajeante.

 Obviamente, sin éxito. Groucho decidió que justo en aquel sitio, al lado de aquel charco inmundo dónde previamente nos habíamos rebozado, y a tan sólo unos pasos de un individuo que parecía querer entablar conversación, había algo digno de olfatear. Ni toda mi fuerza, ni todo mi mal genio son capaces de convencer a mi mascota cuando se trata de algo que huela mínimamente apestoso.

Miré hacia otro lado, intentando enviar a quien se nos acercaba la señal de indiferencia y desinterés, pero no funcionó.
 - Hola.
Entonces, si no recuerdo mal, creo que salió el sol.

sábado, 3 de octubre de 2009

Ajá. Está todo dicho.

- ¡Vamos! Que él siente cosas por ti qe no sabe ni decirte. Y tú no se las dices porque crees que no las siente. Y si ése es el problema, me repatea que no estéis todo lo bien que podéis estar. Os amáis. Disfrutadlo. Y por favor, confiad en la obviedad: sois correspondidos.
- ¿Ves por qué digo que soy gilipollas?
- Pues porque lo eres :)

Reediciones con motivos.



Sólo
llueve.














Ahí fuera llueve otra vez. Llueve, llueve tanto, que la espesa cortina de agua me impide prácticamente ver el exterior. Llueve, llueve tanto, que las flores en los balcones vuelven a llorar; rosas llorando, dalias llorando. Ahí fuera llueve otra vez, exactamente igual que antes, aunque quizás, esta vez llueva y no sea todo exactamente de la misma bruma oscura.



Ahí fuera llueve... Y vuelven a correr las madres con sus niños, y los hombres grises de miradas grises y abrigos grises; la gente se vuelve a agolpar bajo las paradas del autobús, todos, intentando, en vano, protegerse de la fría llovizna de las nubes apretadas. El cristal de mi ventana vuelve a empañarse, pero esta vez el calor no miente descarado, esta vez es real. Allí fuera nuevamente hace frío, pero ni siquiera eso puede hacerme bajar hoy, nada ni nadie podría lograrlo.



Ahí fuera el mundo vuelve a terminarse, vuelve a ahogarse, vuelve a empaparse; pero cuando decido salir, y buscar en los charcos los reflejos de las ilusiones que perdí, y que creía que nunca encontraría nuevamente (mis ilusiones de agua), las siento, las huelo, casi puedo tocarlas... Sí, el mundo seguirá girando sin pedirle permiso a nadie, pero esta vez tendré tus manos acariciando mi espalda, tu boca respirando en mi cuello, y tu cabeza descansando en mi regazo; y el mundo se irá a la mierda, allí fuera, sin que a nadie le importe y menos a mí.



Ahí fuera llueve, y esta vez por fin son tus dedos los que me mesan dulcemente el cabello; y tus palabras las que me estremecen y me tornan ciega, y muda, y sorda; y tus labios los que me despiertan del invierno helado, muerto.



Aquí dentro llueve. Llueve, y son tus besos los que se beben mis lágrimas de miedo. En la habitación vuela un aire frío y áspero, flota en torno a mi cuerpo, lo respiro; y me enfría las noches y los días, las lunas y los soles, los cantos de gallo y los sueños. Pero es tu piel la que calienta mis desvelos, y aunque vuelva a llover pavor, aunque vuelva a diluviar miedos, tristezas, piedras de llanto; sé que, ahora, estás aquí.

viernes, 7 de agosto de 2009

Bailando con moscas, con el cerebro lleno de clichés.

No sé dónde está el principio. Empecemos por el final, ¿Quieres bailar conmigo?

Podría pensar cien sabores, recordar miles de impresiones, y saborear millones de recuerdos; y aún así no sería bastante. Me faltaría sentir que hay alguna que otra mosca, aunque sea a miles de kilómetros de distancia, para no sentirme sola aunque sea la única en este panal de abejas (haciéndole un guiño a M, aunque me valdría también como metáfora un koi en un cardumen de barracudas, o un galgo afgano en una jauría de mastines napolitanos, o un picaflor sumido en la profunda desesperación de estar solo en el mundo por vivir en una colonia de buitres leonados, en el fondo todo es lo mismo, converge en un único punto, y por tanto, da igual.)
Y dándole vueltas a todos estos sinsentidos y catástrofes que se me ocurren cuando estoy tan desesperada como el ya mentado colibrí, creo que te echo de menos más de lo recomendable (partiendo del hecho de que lo recomendable en la tarea de echarte de menos sea cero, y aunque lo hiciera sólo un poquito, que no es el caso, ya me estaría excediendo.) También creo que eres un idiota, pero quizás eso no te interese tanto. O sí. Yo que sé... Si supiera lo que se pasa por tu maldita, y adorada, cabecita, estaría mejor. Podría ser. O no. Quizás.

Sí, por si no lo has notado, amo los clichés. Amo mis clichés. Y tú eres ese maldito cliché del que no me puedo olvidar por más que pasen los jodidos años de mi jodida vida por mis jodidos huesos; ese maldito cliché que siempre tengo en la retina, y en la punta de la lengua, la misma que siempre me acabo mordiendo para evitar pronunciarlo.

Podría terminar por el principio, sería lo adecuado. Pero, siempre a codo con la sinrazón, sigo sin recordarlo exactamente.

¿Bailas?

sábado, 27 de junio de 2009

Azul, inmenso, bravo y precioso. Suave como la seda, frío como el hielo. Salado, igual que el sudor de tu espalda. Espumoso, igual que la cerveza dorada en mi mano y en la jarra.

Arena deshaciéndose en los pies, el sol calentándome la frente, tu mirada ardiente en la retina, y tu lengua en mi boca.

lunes, 8 de junio de 2009

Fresa, nata, chocolate y canela.


Penumbra. Un rayo de sol colándose a trompicones entre los pliegues de una espesa cortina oscura, haciendo bailar las motitas de polvo en su luz dorada. Un destello azul en el espejo.
Un destello de hielo, lacerante, gélido. Gélido. Un destello congelado que se cruzó tras dos milésimas de segundo con dos estrellas negras, brasas hirientes, fuego abrasador.
Ambas miradas, los ojos azul cielo, los ojos negro noche, se estudiaron, se entretejieron, se entremezclaron. Crearon arabescos, zarcillos y espirales la una alrededor de la otra, para luego separarse y volverse a juntar presas de un poderoso imán que no tenía piedad alguna.

Entonces, el espacio que los separaba, en cuyo medio destacaba el ocre rayo de sol, se redució a la nada.

Dos bocas se encontraron en un mismo lugar, a una misma hora. Dos pares de labios se apretaron unos con otros como si les fuera la vida en ello. Dos lenguas describieron de saliva eternos torbellinos. Dos cuerpos desnudos, ardiendo, cayeron sobre la alfombra granate persa con un ruido sordo... Cuatro piernas se enlazaron... Dos pares de tetas, con los pezones erizados, en unas fresa sobre nata, y en otras chocolate sobre canela, se rozaron.

Y se quemaron.

lunes, 18 de mayo de 2009

ERES TAN JODIDAMENTE GUAPA ...

Y odio que lo seas. Odio que tu pelo sea tan puñeteramente negro, que tus ojos sean asesinamente grandes, que tu cuerpo sea perfectamente perfecto. Odio que me sea imposible vivir sin tu presencia.

Te odio por eso, y a la vez te amo, maldito ángel.