A quienes se decanten por el whisky sin soda.
A quienes defiendan el sexo sin boda.
A todos aquellos a los que les sobren los motivos.

Bienvenidos a mi hogar, dulce hotel.


sábado, 27 de junio de 2009

Azul, inmenso, bravo y precioso. Suave como la seda, frío como el hielo. Salado, igual que el sudor de tu espalda. Espumoso, igual que la cerveza dorada en mi mano y en la jarra.

Arena deshaciéndose en los pies, el sol calentándome la frente, tu mirada ardiente en la retina, y tu lengua en mi boca.

lunes, 8 de junio de 2009

Fresa, nata, chocolate y canela.


Penumbra. Un rayo de sol colándose a trompicones entre los pliegues de una espesa cortina oscura, haciendo bailar las motitas de polvo en su luz dorada. Un destello azul en el espejo.
Un destello de hielo, lacerante, gélido. Gélido. Un destello congelado que se cruzó tras dos milésimas de segundo con dos estrellas negras, brasas hirientes, fuego abrasador.
Ambas miradas, los ojos azul cielo, los ojos negro noche, se estudiaron, se entretejieron, se entremezclaron. Crearon arabescos, zarcillos y espirales la una alrededor de la otra, para luego separarse y volverse a juntar presas de un poderoso imán que no tenía piedad alguna.

Entonces, el espacio que los separaba, en cuyo medio destacaba el ocre rayo de sol, se redució a la nada.

Dos bocas se encontraron en un mismo lugar, a una misma hora. Dos pares de labios se apretaron unos con otros como si les fuera la vida en ello. Dos lenguas describieron de saliva eternos torbellinos. Dos cuerpos desnudos, ardiendo, cayeron sobre la alfombra granate persa con un ruido sordo... Cuatro piernas se enlazaron... Dos pares de tetas, con los pezones erizados, en unas fresa sobre nata, y en otras chocolate sobre canela, se rozaron.

Y se quemaron.