Haz lo imposible, mira lo invisible. Toca lo intocable, rompe lo irrompible.
lunes, 27 de abril de 2009
martes, 14 de abril de 2009
Fiera, gris y añosa, señora Montevideo.
Gris y decadente, señora. Ah, estás triste, lo sé, aunque muda y silenciosa te me antojas, y no dices nada. Estás cada vez más gris, vieja, añosa.
Ya casi no te recuerdo, señora, pocas veces arde usted en mi memoria; aunque, de vez en cuando, si la nostalgia me atrapa y me zarandea, y yo zozobro, como una cáscara de nuez en el océano negro, apareces.
Apareces gloriosa, dorada, imponente como siempre me pareciste en mi niñez. Joven, impulsiva, rabiosa, apasionada.
Las calles de eucaliptos, donde el sol al ponerse hacía brillar de amarillo y miel las motitas de polvo, y el viento barría las grisáceas hojas secas formando remolinos otoñales. La casa de los abuelos, con su tibio olor a bizcocho de naranja al volver de la escuela; la misma casa que vendieron, esa en la que se reunía toda la familia las nochebuenas y se cenaba en el jardín, con las estrellas de fondo,y el calor del verano, y todos reían, incluso la bisabuela, que siempre andaba refunfuñando. El sauce llorón, que ya no está, veneno, me dijeron... Mi sauce llorón. El parque Rodó, en el que por un mísero peso (que bueno, a esas edades tan tiernas, parecía una auténtica fortuna) montabas en el carrusel, o los poneys, o en las barcas; y después pescábamos peces de colores en el estanque con cebo de miga de pan; ah, a mamá siempre le picaban los peces globo...
Sí... Felices tiempos, en los que mi percepción alcanzaba sólo para descubrir esos pequeños detalles, y no la miseria que siempre reinó. Eso era antes, cuando no me daba cuenta, y ahora... ahora es aún peor, ¿Verdad, doña? Antes era cuando la gente no moría en las calles, sólo morían los perros. Era cuando no toda la ciudad era un cantegril, ni pasto del hambre; cuando las familias aún podían ir al mercado y con un poco de dignidad comprar algo más que medio pimiento.
Ahora... ¿Ahora qué? ¿En qué te convertiste, venerada? Hoy das más miedo que nunca.
Das miedo, Montevideo, desmejorada y apática señora; antaño imponente, antaño gloriosa; das miedo, porque esos recuerdos que de ti guardo, son fantasmas, desfigurados retazos de una mente infantil y distorsionada, y si alguna vez existió esa majestad con la que te pinté, hace años que se hundió en el alquitrán y el polvo, como tantas otras cosas.
Montevideo, quieta, oscura; meláncolica ciudad azul, paredes grises, perros vagabundos, polvo y puertas tapiadas... Contéstame a una pregunta, vieja dama ¡Contéstame! ¿Por qué será, a pesar de todo, que te extraño?
Y una última cosa, tú, que fuiste impersonal testiga, ¿Acaso lloró, el sauce llorón?
Ya casi no te recuerdo, señora, pocas veces arde usted en mi memoria; aunque, de vez en cuando, si la nostalgia me atrapa y me zarandea, y yo zozobro, como una cáscara de nuez en el océano negro, apareces.
Apareces gloriosa, dorada, imponente como siempre me pareciste en mi niñez. Joven, impulsiva, rabiosa, apasionada.
Las calles de eucaliptos, donde el sol al ponerse hacía brillar de amarillo y miel las motitas de polvo, y el viento barría las grisáceas hojas secas formando remolinos otoñales. La casa de los abuelos, con su tibio olor a bizcocho de naranja al volver de la escuela; la misma casa que vendieron, esa en la que se reunía toda la familia las nochebuenas y se cenaba en el jardín, con las estrellas de fondo,y el calor del verano, y todos reían, incluso la bisabuela, que siempre andaba refunfuñando. El sauce llorón, que ya no está, veneno, me dijeron... Mi sauce llorón. El parque Rodó, en el que por un mísero peso (que bueno, a esas edades tan tiernas, parecía una auténtica fortuna) montabas en el carrusel, o los poneys, o en las barcas; y después pescábamos peces de colores en el estanque con cebo de miga de pan; ah, a mamá siempre le picaban los peces globo...
Sí... Felices tiempos, en los que mi percepción alcanzaba sólo para descubrir esos pequeños detalles, y no la miseria que siempre reinó. Eso era antes, cuando no me daba cuenta, y ahora... ahora es aún peor, ¿Verdad, doña? Antes era cuando la gente no moría en las calles, sólo morían los perros. Era cuando no toda la ciudad era un cantegril, ni pasto del hambre; cuando las familias aún podían ir al mercado y con un poco de dignidad comprar algo más que medio pimiento.
Ahora... ¿Ahora qué? ¿En qué te convertiste, venerada? Hoy das más miedo que nunca.
Das miedo, Montevideo, desmejorada y apática señora; antaño imponente, antaño gloriosa; das miedo, porque esos recuerdos que de ti guardo, son fantasmas, desfigurados retazos de una mente infantil y distorsionada, y si alguna vez existió esa majestad con la que te pinté, hace años que se hundió en el alquitrán y el polvo, como tantas otras cosas.
Montevideo, quieta, oscura; meláncolica ciudad azul, paredes grises, perros vagabundos, polvo y puertas tapiadas... Contéstame a una pregunta, vieja dama ¡Contéstame! ¿Por qué será, a pesar de todo, que te extraño?
Y una última cosa, tú, que fuiste impersonal testiga, ¿Acaso lloró, el sauce llorón?
Te odio.
- Lo siento. ¿Me oyes, mevrow? ... Siento todo lo que dije, hice y pensé. Siento haberme distanciado de ti, lo siento tanto...
- ¿Para esto estoy perdiendo clase?
- No te hagas la mártir. Sé de sobra lo que te importa perder clase.
- Pues por eso mismo. Preferiría estar ahi sentada aburriéndome y fingiendo que cojo apuntes, a aqui sentada aburriéndome y fingiendo escucharte.
- Mala... - Masculló. Pero sonreía.
- No te rías.
- No me río.
- Sí, lo haces. Y no sé porqué, no creo que sea tan gracioso el que te desprecie.
- No. No es gracioso eso. Lo que me hace reír es que eres una cuentista. Sé que me perdonas.
- Vete a la mierda.
Me mira, y sin poder evitarlo, estallo en carcajadas, a la vez que empieza a llover.
- ¿Para esto estoy perdiendo clase?
- No te hagas la mártir. Sé de sobra lo que te importa perder clase.
- Pues por eso mismo. Preferiría estar ahi sentada aburriéndome y fingiendo que cojo apuntes, a aqui sentada aburriéndome y fingiendo escucharte.
- Mala... - Masculló. Pero sonreía.
- No te rías.
- No me río.
- Sí, lo haces. Y no sé porqué, no creo que sea tan gracioso el que te desprecie.
- No. No es gracioso eso. Lo que me hace reír es que eres una cuentista. Sé que me perdonas.
- Vete a la mierda.
Me mira, y sin poder evitarlo, estallo en carcajadas, a la vez que empieza a llover.
martes, 7 de abril de 2009
Princesa y Barbi Superstar.
¡Ahora es demasiado tarde, princesa! Búscate otro perro que te ladre, princesa.
Maldito sea el gurú, que levantó entre tú y yo un silencio oscuro (...) Ya no te tengo miedo, reina, pero no puedo seguirte en tu viaje. ¿Cuántas veces hubiera dado la vida entera porque tú me pidieras llevarte el equipaje?
Tenía los pies diminutos, y los ojos color verde marihuana, a los catorce fue la reina del instituto del curso que repetí. (...)
Pezón de fresa, lengua de caramelo, corazón de bromuro, supervedette, puta de lujo, modelo, estrella de culebrón (...)
Al infierno se va por atajos, jeringas, recetas; ayer hecha un pingajo, me dijo, en el tigre de un bar: "¿Dónde está la canción que me hiciste, cuando eras poeta?" Terminaba tan triste que nunca lo pude empezar.
Por esos labios que sabían a puchero de pensiones inmundas, habría matado yo, que cuando muero ya nunca es por amor (...)
Por Vallecas, ya nadie la llama Barbi Superstar.
Hay peligro de incendio esta noche, en el asiento trasero de mi coche.
¡No seré yo quién llame a los bomberos!
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