Es la hora de partir... La dura y fría hora, que la noche sujeta a todo horario.
(...)
Es la hora de partir ¡Oh, abandonado!
Impresionante.
Miles de puntos blancos, millones de lucecitas parpadeantes, cientos de motitas luminosas amontonadas sin orden alguno sobre el negro telón de alguna famosa función. Sobre este fondo oscuro, da comienzo la verdadera obra, sobre su inmensa extensión me paseo, deteniéndome en cada una de esas manchitas (esas ventanitas a todo lo abstracto, esas musas de auténtica poesía), jugando con ellas, recreándome mientras invento constelaciones en ese cielo estrellado.
Mira esa ¿A qué crees que se parece? ¿No es un caballo? No, más bien un unicornio, ¿No ves su largo cuerno espiralado? ¡Y ahí está mi sierpe! Mi vieja amiga, compañera silenciosa de sueños olvidados ya. Parece que me guiña un ojo. Un ojo extrañamente brillante. ¿No es la estrella polar?
Animales mitológicos que rugen y escupen fuego por sus bocas decoradas con titilantes colmillos. Largas cintas que adornan formando lazos, y florituras, y zarcillos, el cielo nocturno. Enormes pájaros que abren sus aún más enormes alas en busca de una libertad que, para ellos, no existe, pues seguirán ahi la próxima estación, esperando que con un poco de iamginación, me dedique a redescubrirlos.
Incluso, si miro bien, encuentro a mi negra e hipnótica pesadilla devolviéndome la mirada desdeñosamente. Aquellos ojos negros que ni a sol ni a sombra me dejan, que me persiguen incluso cuando alzo la vista al cielo y suplico clemencia, sosiego. Que me atormentan, acosan mi alma, desgarran mi espíritu con miradas de soslayo que se clavan como puñales de hielo eterno.
Clavo en ellos los míos, con un odio visceral, un odio enamorado. Es imposible no estar a estas alturas perdidamente enamorada de mi propia maldición. Son necesarios, más que nada, por eso los observo con odio ahora, no quiero necesitarlos, no quiero amarlos ya.
¿Noto cierto temor, en la mirada que ahora me lanzan? ¿O quizás angustia, o algo de desesperación? Probablemente nada de eso, ellos no tienen sentimientos.
Inspiro. Les dedico una sonrisa (torcida, envenenada, pero al fin y al cabo, sonrisa), tomo impulso, con los brazos extendidos, y me lanzo al vacío.
VACÍO.
No sé qué será de mi vida si no están conmigo, persiguiéndome, y a la vez dándome la razón de que tenga sentido.
Pero yo quiero un cielo oscuro, tachonado de estrellas, al qe pueda mirar sin miedo a caer en la antigua espiral de terrores y pasiones.
Yo quiero noches en las que inventar nuevas constelaciones.
Adiós, diría mi maestro.
Hasta nunca.
domingo, 22 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Me encanta como escribes, lo sabes, te lo digo y lo ignoras...
ResponderEliminarAdoro esa capacdad inagotable que tienes de expresar sentimientos y pensamientos juntos, lo mas fisico y lo mas abstracto mezclado en tus textos...
teQuiero!!
Judit*